El cuerpo se destruye, pero las almas vuelven de una u otra forma.
Una joven mamá llevaba a sus hijas gemelas al colegio, como todos los días, sin saber que ese 13 abril sería completamente diferente, pues de camino hacia la institución, Laura recibió una llamada de su trabajo; era su jefe quien le pedía urgentemente que se presentara en la oficina.
Como quedaban pocas cuadras para llegar, decidió dejar que las gemelas llegaran solas, se despidió de cada una muy amorosamente y les recordó ir siempre agarradas de la mano.
No había dado más de veinte pasos cuando de repente escucho un potente frenazo al voltear a mirar Laura vio con horror en su rostro que un enorme camión había atropellado a sus dos hijas, quienes estaban debajo del vehículo aun tomadas de la mano.
Laura entró en depresión tras la pérdida de sus pequeñas, años más tarde quedó nuevamente en embarazo, lo que la hizo tener un poco de esperanza.
Al ir a sus exámenes de rutina descubrió que esperaba dos niñas y lo más probable es que fueran gemelas. Efectivamente fue así, cuando nacieron, Laura quedó estupefacta al ver que eran muy parecidas a sus hijas fallecidas.
Las bebés fueron creciendo y aunque la mujer las protegía muchísimo, pues vivía con el miedo de perderlas, dejaba que corrieran siempre delante de ella.
Un día común y corriente las niñas iban felices por la calle, pero se aproximaba un cruce y antes de que intentaran dar un paso sobre la vía Laura las agarró del brazo y con lágrimas en los ojos les pidió que nunca pasaran la calle sin permiso.
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Las dos niñas se giraron y al unísono respondieron “No íbamos a cruzar, ya nos atropellaron una vez mamá. No pasará de nuevo”, volvieron la mira al frente, cogieron a su madre de las manos y pasaron la calle.
Laura quedó en shock al oír las palabras de las pequeñas.
Tiempo después algunos conductores cuentan que, a altas horas de la noche, cuando pasan por la vía la señal de radio se interrumpe y suenan una agudas voces de niñas cantando y a veces gritando.